Igual que el gato
mi mujer debía tener siete
vidas. El gato sobrevivió cuando lo lance por la ventana, de un tercer piso. Tampoco
pareció afectarle el matarratas que le puse en su comida, ni conseguía atropellarlo
cuando le pasaba el coche por encima. Ella seguía sin suicidarse después de años
de desprecios. Había tenido un par de “accidentes” domésticos de los que se
repuso sorprendentemente. Cuando se le “rompieron” los frenos del coche, sufrió
un pequeño accidente. Y ahora, yo notaba en el café regusto amargo, mientras
dudaba en que taza había puesto el cianuro y los dos me miraban con ojos sarcásticos.